La tendencia mitómana que caracteriza a los gobiernos de Morena, teniendo como fiel ejemplo las prácticas que desde el sexenio pasado se vertían en Palacio Nacional, y que el martes continuaron perfectamente calcadas tanto en el gobierno federal como en administraciones estatales y municipales morenistas, sacó a flote un capítulo rijoso entre representantes de esa organización política en el Congreso de la Unión.
El pleito entre Adán Augusto López Hernández y Ricardo Monreal Ávila es sólo una de las tantas riñas que existen en los círculos que disputan el poder, donde en el fondo se evidencia la falsedad de que la corrupción era uno de los principales lastres a desaparecer.
El rezo de que esa práctica deshonesta se terminaría con los gobiernos de la 4T siempre ha sido un truco publicitario con intereses políticos para capitalizar apoyo social.
Desde luego la corrupción sigue presente y de sobra lo saben en el gobierno, pues no ha desaparecido ni en este, ni en el anterior sexenio.
De hecho, los activos políticos de Morena, herederos en un pasado de las "finas conductas" del régimen rancio del PRI, son quienes hoy permanecen en las entrañas del Poder Legislativo y en las altas esferas de la administración federal.
Las acusaciones entre el senador y el diputado federal deberían estar sujetas a una pronta investigación si en el país realmente se viviera una auténtica democracia, pero por desgracia todo confluye en una reunión en Palacio Nacional, donde se santifica a los pecadores y éstos quedan inmaculados sólo por el hecho de que asistan a persignarse ante quienes ostentan el máximo poder.
La solución final frente a posibles actos de corrupción se constriñe a discursos demagógicos en los que se destaca que "en el movimiento hay unidad".
Con una reunión oficial se solapan y toleran las conductas más deleznables de personajes que llevan años viviendo del presupuesto y sacando provecho, a costa de la mitomanía que mantiene sometida a la sociedad.
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