Coordenadas Políticas/Martín Aguilar/No tiene la culpa el indio

Previo a la pasada elección presidencial desde el oficialismo se hablaba de un inminente "golpe de Estado".

 

En Palacio Nacional se le endilgaba el hecho a la oposición que siempre salió en defensa de los organismos autónomos.

 

Sin embargo, las cosas resultaron diametralmente opuestas, con el amago de imponer la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados.

 

¿De concretarse sería un golpe de Estado a la democracia? Todo apunta a que esa será la ruta.

 

Si a San Lázaro llega la sobrerrepresentación, las reformas a la Constitución serían reactivadas luego de tres años de pausa.

 

La única aduana que podría frenar cualquier exceso en las reformas a la Carta Magna, sería el Senado de la República.

 

Unos cuantos votos son los que la mayoría de Morena y aliados, tendrían que conseguir de la oposición. Y eso no es nada imposible.

 

En estos momentos, cualquier partido de oposición, se encuentra en la tesitura irresistible de ser doblado para satisfacer las exigencias el régimen.

 

El saldo de la pasada elección causó implosión al interior de cada partido político que postuló a Xóchitl Gálvez para la Presidencia.

 

La debilidad es palpable en cada fuerza política, que tiene sus propios ajustes de cuentas y revanchismos.

 

Y la falta de esa unidad, reflejada hacia el exterior durante la campaña, hoy es más latente. No la hay unión. Cada cual va por su ruta.

 

Al interior del PAN, hay una disputa encarnizada por el cargo que dejará vacante Marko Cortés a Jorge Romero.

 

En el PRI, Alejandro Moreno echó a andar la poderosa maquinaria de su Asamblea Nacional y el Consejo Político para encumbrarlo en contra de las discrepancias internas.

 

En el PRD está en puerta el anuncio de pérdida de registro nacional por el INE, lo cual no pasará de este mes.

 

Y mientras del otro lado, Morena y aliados crean el imaginario de que la sobrerrepresentación en la Cámara de Diputados es un hecho.

 

El agotamiento y desánimo en la oposición pareciera ser la gran oportunidad del régimen para imponerse, aunque la ley se lo impida.

 

Ese sería un devastador golpe de Estado a la democracia, y pondría de rodillas al Poder Legislativo ante las ordenes de Andrés Manuel López Obrador durante el primer mes de la siguiente legislatura.

 

Esa es la disyuntiva entre los partidos omisos ante el eventual descarrilamiento de la democracia. 


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