La Barriada/Martín Aguilar/Lo que no se ve no se juzga

Para los políticos de antaño no había nada más valioso que la palabra; al parecer para los de nuevo cuño, como Samuel García, no tiene ningún valor, pues lo mismo la empeñan que la desempeñan, según el color de su ropa interior.

 

El gobernador de Nuevo León juró y perjuró que él no sería como su antecesor, Jaime El Bronco Rodríguez, quien, en su mandato, pidió licencia para buscar la Presidencia de la República; no ganó y regresó a su puesto.

 

Esa acción le fue muy criticada, pues los neoleoneses se sintieron usados por su gobernador y lo castigaron en el siguiente proceso electoral, que ganó, precisamente, García, quien incluso lo metió a la cárcel unos meses.

 

Andrés Samuel —como lo conocen ahora debido a que todo el mundo piensa que se puso al servicio del Presidente— juró a todos sus fosfos que él jamás haría eso, que se quedaría los seis años para los que fue elegido.

 

Pero, como más rápido cae un hablador que un cojo, apenas se abrieron los plazos de la contienda presidencial, agarró el camino de El Bronco, quien al menos tuvo la habilidad de amarrar un gobernador interino afín para que le cuidara el changarro.

 

En cambio, Samuelito, con la soberbia por ser famoso en redes —así sea por su esposa, Mariana Rodríguez—, quiso presumir sus doctorados en derecho para intentar burlar la Constitución Política e imponer un encargado de despacho afín a él.

 

Quedó claro que lo que menos le interesaba eran sus gobernados, sino sus personalísimas aspiraciones, con la creencia de que México esperaba un youtuber para Presidente o al menos para congraciarse en Palacio Nacional, donde aborrecen a aspiracionistas como él.

 

Pero apenas la Corte avaló el nombramiento que había hecho el Congreso del Estado, y que no era a quien él quería dejar, el terror se apoderó del fosfo y de inmediato solicitó la cancelación de su licencia y pidió su regreso al gobierno.

 

De qué tamaño sería su miedo a que le pudieran revisar las cuentas. O que a quienes habían apostado por su campaña no les cumplieran los contratos con su administración, que prefirió aventar la toalla presidencial y atrincherarse en sus oficinas.

 

Lo malo para su partido es que lo dejó de pronto sin candidato, pues al vencerse el plazo para que los suspirantes que tuvieran algún cargo público renunciaron, ningún alcalde o gobernador puede anotarse.

 

MC perdió a Marcelo Ebrard cuando lo quisieron poner a competir con Andrés Samuel y ahora sólo les queda pedacería. Probablemente Dante Delgado acepte sacrificarse y ser candidato, pero a ver quién lo sigue.

 

Los daños colaterales del gobernador de Nuevo León, además de meter en un problema a su partido, son para el resto de los candidatos naranjas, que sufrirán un descrédito y, en una de ésas, el partido que se quiso vestir de ciudadano pierde hasta el registro. 


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