Con cifras récord en contagios y el pico más alto de la pandemia provocada por el COVID-19 en México, Andrés Manuel López Obrador y Claudia Sheinbaum hicieron este fin de semana un llamado a los ciudadanos para que se queden en sus casas y no acudan a las fiestas decembrinas. No habrá medidas radicales (como el toque de queda), ni sanciones para quienes desatiendan el llamado.
Tanto el Presidente como la jefa de Gobierno apelan al buen juicio y a la responsabilidad para aplanar la curva de contagios y muertes. No quieren violar garantías individuales. Sin embargo, los llamados han resultado insuficientes. Las calles del primer cuadro de la CDMX aparecieron ayer abarrotadas. Los chilangos compradores y, seguramente, muchos visitantes, caminaban codo a codo, como si nada pasara. Pero esto no es de ahora. Desde hace semanas, parece que la gente dejó de tenerle miedo al virus. Centros comerciales, mercados y calles lucen a tope.
Esa sea quizás una las principales razones por las que la pandemia no ha cedido. Somos de los países con mayor índice de letalidad y contagio. Probablemente por la irresponsabilidad de la gente, pero también por la falta de un manejo adecuado de las autoridades. Ya está más que dicho que el subsecretario Hugo López-Gatell se equivocó y debe renunciar de inmediato, incluso hasta el propio secretario del ramo, Jorge Alcocer.
Si no por sus malas decisiones, sí por los contradictorios mensajes con el primer mandatario, en cosas tan sencillas como el uso del cubrebocas. Pero como eso no va a pasar, las esperanzas del gobierno y los mexicanos están fincadas en la vacuna. Ya se empezó a aplicar en algunos lugares y pronto, antes de lo previsto, según nuestro gobierno, estará en México. El problema radica en que, mientras llega, los contagios y las muertes seguirán imparables en México y no hay poder sobre la Tierra que logre frenarlos.
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