Obviamente, la jefa de Gobierno metió su cuchara en la fracción, como corresponde a la tradición de que quien gobierna la capital es el jefe político local del partido. Por eso se atrevió a dar la orden directamente.
Pero sus compañeros de partido hicieron oídos sordos al señalamiento y, en menos de lo que canta un ganso, ya habían conformado tres grupos, que se peleaban rabiosamente el control de los dineros y la estructura en Donceles.
Ni la imposición de Ernestina Godoy, primero, ni la de Ricardo Ruiz, después, lograron cohesionar la fracción y, por
el contrario, ahondaron en su división.
Hace apenas unas semanas, una tribu morena, en voz de la diputada Guadalupe Chavira, un cadáver político que revivió en 2018, le pidió a Sheinbaum no meter su cuchara y le dijo que instruyera a su secretaria de Gobierno, Rosa Ícela Rodríguez, para que callara.
O sea, que los morenos ya no tan sólo simulaban escuchar a la jefa de Gobierno, aunque al final no la pelaran, sino que, de plano, le dijeron que no se metiera donde no la llamaban.
Y eso sí calienta, dijera el clásico, porque es duro que, como jefa política de la capital, Sheinbaum no pueda opinar sobre quién debe coordinar el Poder Legislativo, en manos de su propio partido.
Mejor la oposición le hace más caso y le despensa cierto respeto.
Ayer, la funcionaria fue cuestionada por la crisis nacional que vive Morena, con dos dirigentes chafas —una espuria y otro patito (o gansito)—, y dijo que confiaba en que todo se resolvería pronto, aunque declinó meterse más al tema, pues dijo que no intervendría.
Lejos de escurrir el bulto, Sheinbaum debería opinar no sólo sobre el desgarriate que tiene su propia fracción en la capital, sino del escándalo que trae su dirigencia nacional. A final de cuentas, la jefa de Gobierno es un activo importante del partido… ¿o ya no?
Está claro que no se mete porque no tiene la fuerza suficiente para influir, lo cual es triste porque, a pesar de contar con una aplastante mayoría —la cual no tuvo ninguno de sus antecesores—, es la gobernante más débil de la ciudad desde que la izquierda ganó, en 1997.
Sus órdenes no son acatadas, sus recomendaciones no son atendidas y, lo peor, cuando habla ella parece que le habla a la pared, pues ninguno de sus compañeros se mosquea siquiera cuando el grupo decide ignorarla, Así no se puede gobernar y eso se nota.
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